Se puede perder cualquier día, entra dentro del juego. Pero hay equipos que convierten esa posibilidad en algo remoto. Ayer el Barcelona de baloncesto perdió el segundo partido de la temporada con un tiro a falta de siete décimas. Lo dicho, se puede perder.
Lo mismo sucede con el equipo de fútbol. Ayer acabó la primera vuelta invicto, algo inédito en los 110 años del club, otro récord para explicar a los que vendrán, aquél equipo de las seis Copas no se cansó de ganar y al año siguiente acabó la primera vuelta imbatido, lo nunca visto para un equipo que, en los últimos 20 años dio un vuelco a su historia pero demasiadas veces le faltó el instinto de la autosuperación, conformándose con el juego bonito, las alabanzas y alimentando un entorno de politiqueo autodestructivo.
No parece que esta vez vaya a suceder. Pocas veces un equipo blaugrana ha transmitido tal sensación de seguridad en la victoria, en que no hay días malos y, en caso de que los haya, el compromiso, el esfuerzo y el perseguir el triunfo van a estar ahí. Por eso, para un afición acostumbrada al 'avui patirem', los partidos se afrontan de forma distinta. Nadie da nada por sentado, pero la confianza ciega en que el partido será atractivo y muy probablemente acabará decántandose para los de Guardiola es palpable.
La temporada anterior el juego del equipo era exagerado, por momentos parecía un partido de exhibición, como si un debutante tuviera que demostrar, día sí día también, que tiene talento, que puede ser una estrella, marcaban el tercero e iban a por el cuarto. De ahí que, a pesar de los deslumbrantes resultados, hasta que no se consiguieron los títulos no existía una confianza ciega en el equipo. Cualquier partido loco o trabado podía suponer un traspiés (Atlético de Madrid, Espanyol, Chelsea). Había una sensación de fragilidad, del mismo modo que se goleaba algún día se podía caer con estrépito.
Este año la sensación es distinta. Hay más recursos con la incorporación de Ibrahimovic y la mejoría de Keita para adaptarse a la fluidez con que circula el balón en el centro del campo han cambiado la efervescencia por una mejor lectura de los partidos. Ayer, salvo el gol involuntario de Alves, el Barça supo cuando y como atacar al Valladolid. Eligió la forma más adecuada, la banda derecha, y casi pareció que escogía los momentos en los que generar ocasiones. Messi no conduce tanto el balón ni siempre arranca desde banda, cuando el año anterior se hartó a hacer diagonales desde la derecha, ya no hay tanta pared de fútbol sala en la frontal del área y la salida del balón ya no es siempre hacia el medio centro. El equipo y las soluciones de Guardiola han construido un conjunto más maduro y cerebral. Por el camino se han quedado las goleadas y el fútbol de salón sin perder atractivo estético, todo un mérito.
Por eso me parece que los cinco puntos de diferencia con el Real Madrid de este año son más significativos que los doce de la temporada pasada.