Más allá de la estética, el juego hipnotizante y las combinaciones eléctricas por las que se recordará a este Barça, hay una lección, una filosofía, un tópico, que está detrás de todas las acciones del equipo: el fútbol es un deporte de equipo.
Vivimos rodeados de resúmenes relámpago donde únicamente se ve al goleador y al goleado y en los que pocas veces se logra adivinar al que da la asistencia -olvidémonos de ver el pase anterior, ayer Xavi para Alves en el segundo. Ahora que los fichajes se justifican por su popularidad mediática, el número de camisetas que pueda llegar a vender, las giras veraniegas que se puedan contratar o los derechos televisivos que puedan firmarse para regiones horarias remotas. En una época donde la fama futbolística, tal y como sucede en la vida real, tiene mucho que que ver con rodajes de anuncios, novias despechadas, peinados estrambóticos, tatuajes en lugares inverosímiles y celebraciones estrafalarias pensadas para la audiencia televisiva.
En todo este magma donde lo último es el fútbol, el equipo de Guardiola es un oasis. Ayer, en una final que llegó mucho antes de lo esperado, el equipo fue el de la temporada pasada. Con Messi e Ibrahimovic en el banquillo, Eto'o y Mourinho delante, y Figo en el palco -anécdota demasiado destacada-, volvió la presión asfixiante, la combinación, los constantes cambios de posición en ataque y ese centrocampismo único que, por mucha Masía que haya detrás, va a ser difícil volver a ver. Hagámonos a la idea que la combinación Xavi-Iniesta es algo único y, probablemente, irrepetible, del mismo modo que Alemania no ha vuelto a tener un Beckenbauer, el Ajax una generación como la de los primeros 70 o Brasil no ha vuelto a reunir un centro del campo como el del 82.
Cierto que el Inter es, en cierto modo, un rival que encaja bien frente al Barça. Sin juego en el centro del campo -el último con criterio que recuerdan los interistas debe ser Pizarro-, sin defensas que saquen el balón jugado excepto Chivu -postergado a sufrir de lateral cuando su cuerpo hace años que es de central-, y con una tendencia al balonazo digna de otras épocas, el Barça recuperó numerosos balones en tres cuartos de campo contrario que permitieron crear ocasiones o enfriar el partido según el momento.
Y ahora que todos destacan a Pedro, partidazo en el que, además del casi habitual gol, por fin desbordó al rival en el uno contra uno y se soltó -el amago en banda que hizo exclamar al Camp Nou, la falta rápida de tacón-, yo quedé, otra vez, prendado de Busquets. Siempre a uno dos toques, siempre manteniendo la posición en un partido en el que era fácil envalontonarse e irse arriba, con un ojo en el pasillo que dejaba Alves, rodeado de Motta, Cambiasso y Stankovic, veteranos de mil batallas, recuperando balones y apoyando a Xavi e Iniesta para oxigenar.
Lo dicho, el equipo, el grupo, por encima de los nombres. Una lección.
El arte del fútbol (3): Djorkaeff en un Inter v Roma
Hace 1 semana