¡Por fin!

Mientras Raúl ganaba Copas de Europa y sus goles significaban ligas, eliminatorias europeas y una Intercontinental, De la Peña malvivía entre el recuerdo de lo que pudo ser y la posibilidad de lo que aún podía llegar a ser. Una sensación agrandada por los éxitos del primero, ya que ambos surgieron al mismo tiempo y crearon las mismas esperanzas y expectativas. El fichaje por el Lazio se tornó en mal negocio y su vuelta al Barça en el momento menos oportuno acabó siendo una pésima idea. El Espanyol (quién lo iba a decir) supuso su salvación. Un equipo que lleva sobreviviendo en la élite gracias a los goles de Tamudo y a pesar de los bandazos anuales a los que lo somete su directiva. Parece mentira, pero en este entorno es donde Iván ha tenido más presencia y regularidad, y ha adquirido el protagonismo para el que estaba destinado.
La final de Copa fue el partido que Iván necesitaba, o, mejor dicho, el partido que el resto del mundo tenía que ver para convencerse de lo bueno que es (él, seguramente, ya lo sabe). Lanzamiento de falta en el primer gol, pase previo a la asistencia en el segundo (por cierto, idéntico al del domingo anterior contra el At. Madrid), y asistencia para el tercero. Un magistral pase de primeras se quedó en tiro al palo de Luis García cuando merecía haber sido asistencia. Todo en un partido que todo el mundo pudo ver. Así es como, por suerte o por desgracia, un jugador se hace grande, pertencienendo a un momento de memoria colectiva que se retransmite en directo y del que todos están pendientes. Ha llegado tarde, pero al fin De la Peña tiene ese momento que todo gran jugador debería tener.

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